Déjà vu

Hace unos días, leyendo un texto de finales del siglo XIX sobre la emigración de chinos a las colonias españolas, tuve la sensación de estar rememorando algo que ya había vivido. El libro en cuestión, con el elocuente título de Los chinos fuera de China y el antagonismo de razas, fue publicado en 1893 en La Habana por Federico Ordas-Avecilla, periodista que ocupó diversos cargos primero en la administración colonial filipina y años después en la cubana.

La obra deja claro la oposición del autor a que las colonias españolas fuesen destino de la emigración china, y clama para que se evite por diferentes medios. El libro, formado por un conjunto de artículos que había escrito mientras vivía en las Filipinas, es un resumen arquetípico de las ideas que sobre China y su emigración existen en la España y la Europa de finales del XIX. Por citar algunos, sirvan de muestra los siguientes párrafos (p. 12-13):

El emigrante chino muestra especial preferencia por el comercio y los servicios domésticos; trabaja en los campos o en los caminos hasta que logra economizar cuatro pesos con los cuales emprende una especulación cualquiera. […]

El chino es seguramente aquí igual al de Filipinas y al de los Estados Unidos: contrabandista. Empleo este calificativo en el sentido más amplio y extenso que se le puede dar. El chino emigrante ha de vivir burlando todas las leyes, todos los compromisos y todos los respetos.

Explota sin cesar, sin reparo ni miramiento alguno todo cuanto le rodea, y por muy experta que sea la administración pública, se sustrae el pago de los impuestos. Su fe comercial es de lo más pernicioso que se puede concebir. Desaparecen como por encanto, dueños de establecimientos comerciales, dejando grandes descubiertos. […]

Su organización y lengua les permite emplear todo género de trapacerías para engañar comprando y engañar vendiendo. Esto, el uso y abuso de medidas mal contrastadas, unido á su habilidosa maña para eludir el pago de los impuestos, les da facilidad para ofrecer unos precios que no admiten competencia y concluyen por hacerse dueños del mercado.

Leyendo el texto de Ordas-Avecilla me vino a la memoria inmediatamente otro libro, en este caso mucho más reciente, publicado en Barcelona a finales de 2011, La silenciosa conquista china, en que los autores, los periodistas Juan Pablo Cardenal y Heriberto Araújo, exponen “una investigación para descubrir cómo la potencia del siglo XXI está forjando su futura hegemonía”, según indica el subtítulo de la obra. Hablando de lo que denominan “idiosincrasia china”, encontramos textos como el que sigue (p. 50):

Desde luego, la capacidad de esfuerzo, ahorro y visión  para los negocios se transmite casi genéticamente, de generación en generación. […] El éxito se explica también por las conexiones que ‘la gran logia china’ proporciona: allá donde haya un chino dispuesto a hacer negocios, habrá otro que, por lazos de sangre o raza, le prestará dinero o le dará el apoyo necesario para conseguir un visado o un permiso. […]

Citando parcialmente a un “experto en migración” chino, los autores indican que uno de los elementos que explica este comportamiento es “el ‘sentimiento de grupo’ que en contraposición al ‘individualismo occidental’ domina la tradición oriental”. Y añaden (p. 50-51):

De esta forma, se refuerzan los lazos intra-chinos pese a salir del Imperio del Centro: en la Gran China, todo queda en casa. Este apego a las costumbres, lengua y cultura chinas explica seguramente su inicial desinterés por la integración o –incluso—la adaptación en las sociedades de acogida, donde los chinos mantienen por lo general un perfil social bajo y con poco contacto –más allá del económico—con los locales. […] La conciencia de ser depositario de un legado y unos valores que es obligado transmitir a la siguiente generación sigue perfectamente viva. La lengua y el matrimonio son los vehículos que garantizan la transmisión de la herencia que les ancla a sus raíces.

No hacen falta muchos comentarios al respecto. Con reflexionar brevemente sobre las palabras que he destacado con las cursivas es suficiente. Palabras, ideas y enfoques que no costaría encontrar en el texto como el de Ordas-Avecilla, de finales del siglo XIX.

David Martínez-Robles