Siglo y medio de relaciones internacionales

Hace exactamente 150 años, durante los primeros días del mes de junio de 1864, en la ciudad de Tianjin, representantes del Imperio Qing y del Reino de España comenzaban las negociaciones del que sería el primer tratado entre ambos países. Este tratado, que acabaría firmándose el 10 de octubre de 1864, situaba a España en el undécimo lugar entre las naciones que habían conseguido rubricar un acuerdo con los Qing, aunque la habilidad del negociador español, Sinibaldo de Mas, permitió que España fuera el cuarto país en contar con una legación en la capital, Pekín.

Protestas en Vietnam, mayo 2014

La lista de países que firmaron tratados desiguales con China es significativa. En los primeros lugares aparecen la Gran Bretaña, Francia, los Estados Unidos o Rusia, grandes imperios con intereses en el mar de China que desde los años 1840 capitalizarán las agresiones occidentales en ese país. Sin embargo, pronto aparecen nuevos nombres en la lista que en algunos casos pueden extrañar: Bélgica, Suecia, Holanda, Prusia, Portugal, Dinamarca, Italia, Austria, además de España. Se trata de naciones europeas que, a pesar de tener una presencia menor en China –o simplemente no tenerla-, mantienen aspiraciones imperiales y aprovechan el rebufo de las grandes potencias. Pero a partir de los años 1870 asoman a  la lista países mucho más inesperados, como Japón y Corea, o como Perú y Brasil. Es decir, vecinos históricos de China que habían enviado en el pasado embajadas tributarias a las distintas capitales chinas y que, en el caso de Corea, mantenían una relación de filiación directa. O antiguas colonias americanas cuya única vinculación con China se establecía sólo a través de los coolies, emigrantes chinos que trabajaban en muchos casos en condiciones cercanas a la esclavitud en industrias intensivas de toda América, como las del azúcar, el ferrocarril o el guano.

La lista de países signatarios nos habla, pues, de la trama cada vez más compleja de las relaciones internacionales de la China Qing. Lejos de configurarse sólo a través de las agresiones de las grandes potencias, representantes de muchos otros países actúan a su sombra. En las grandes ciudades de la costa aparecen ciudadanos de cualquier país y región del mundo. Del mismo modo que ciudadanos chinos llegan a casi todos los rincones del planeta: desde el Sudeste asiático o Australia a los países bálticos, Norte América o el Mediterráneo. Las ideas sobre las relaciones internacionales en China siguen una evolución que responde a esta realidad. La tradicional concepción del mundo en que el emperador ocupaba el centro simbólico y político queda erosionada con las imposiciones de las grandes potencias y el Estado Qing crea ya en 1861 la primera oficina de asuntos extranjeros que existe en China. Las traducciones sobre la teoría y la práctica de las relaciones internacionales se suceden a partir de aquel momento, y las legaciones primero y embajadas permanentes en el extranjero después comienzan a ser habituales a partir de los años 1870.

La consideración que en China se tiene de los emigrantes chinos también cambia rápidamente. El código penal Qing castigaba la emigración con la decapitación. Pero el fenómeno de los coolies y el conocimiento que se tiene de las penurias que viven estos trabajadores en los países extranjeros hace que la concepción que se tiene del emigrante se transforme: de la sospecha frente al traidor o el desleal que ha abandonado el imperio, a la compasión del conciudadano que es explotado injustamente. Ello es lo que impulsa que se negocien tratados con países como Perú o Brasil, o con España, cuyo segundo tratado de 1877 trata de regular la situación de los coolies en Cuba.

150 años después, la situación ha cambiado diametralmente. China no sólo ha dejado de ser un país agredido en un contexto imperialista y ha pasado a estar plenamente integrado en el sistema de relaciones internacionales, sino que es uno de sus principales actores, como miembro permanente (y con el consiguiente derecho a veto) del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. La situación de los chinos de ultramar también ha cambiado diametralmente, a pesar de que existen en la actualidad casos de explotación que no dejan de recordar la época de los coolies.

Aún así, de manera cíclica se viven episodios que nos recuerdan el pasado. Las ideas del peligro amarillo que circulaban a finales del siglo XIX y principios del XX y que suscitaron ataques y persecuciones irracionales resuenan en algunas actitudes e ideas del mundo actual. Aunque el contexto es ahora bastante distinto. Dejando a un lado los censurables episodios que se han vivido en países occidentales (incluida España), en Asia oriental el papel de China como gigante económico y militar suscita animadversiones y reacciones en muchas ocasiones viscerales. Los ataques a los trabajadores y empresarios chinos  que se vivieron en Vietnam hace unas semanas son una muestra de ello. En todos los países vecinos de Asia oriental se han producido manifestaciones y acciones contra China (e indirectamente sus ciudadanos): Japón, Corea, las Filipinas, Vietnam, incluso en Taiwán (aunque las protestas allí apuntan hacia otros objetivos). A pesar de su discurso poco beligerante en cuanto a relaciones internacionales, China es vista por sus vecinos como una amenaza real y sus acciones militares en la región, a pesar de ser muy puntuales y aparentemente inofensivas, no dejan de alimentar esta percepción.

Siglo y medio después de su inserción forzada en el sistema (occidental) de relaciones internacionales, está claro que China debe buscar el punto de equilibrio entre su desarrollo económico y las repercusiones que éste tiene en el contexto internacional. Especialmente en la región de Asia-Pacífico.