Ai Weiwei: rebelde de nacimiento

Ai Weiwei con la lista de niños fallecidosAquí va la tercera entrada del ciclo que Daniel Méndez, del proyecto ZaiChina, nos ha preparado como autor invitado a nuestro blog. Como ya sabéis, aquí tenéis la serie completa de sus colaboraciones, que incluye también la primera serie de entradas como autor invitado de 2012. Como siempre, estamos encantados de mantener esta colaboración–más, si cabe, por la exposición dedicada a Ai Weiwei en el Palau de la Virreina, que ya os anunciamos en esta entrada.

Ai Weiwei: rebelde de nacimiento
Autor: Daniel Méndez (ZaiChina)

Es el artista chino más conocido del mundo y lo cierto es que en persona no defrauda: Ai Weiwei clava los ojos en ti y más que seducción lo suyo es una cuestión de vehemente atropello. Como su arte, su conversación también es provocadora, directa al grano, sin remilgos ni medias tintas. “Desde que nací soy un rebelde”, dice para resumir su compromiso con el arte y la política.

En la mesa ubicada en el patio interior de su casa-estudio, a las afueras de Pekín, Ai Weiwei ha colocado un cenicero con la figura del Estadio del Nido. Es su elegante forma de protestar contra el gobierno chino y contra uno de los símbolos de los Juegos Olímpicos de 2008, el cual el propio artista ayudó a diseñar. “Con los Juegos Olímpicos me di cuenta de que el estadio que habíamos diseñado se había convertido en una herramienta de propaganda”, dice mientras apaga un cigarrillo sobre la ondulante imagen del estadio.

Fue precisamente ese año cuando la vida y el arte de Ai Weiwei cambiaron para siempre. Además de su crítica a las Olimpiadas de Pekín, el terremoto de 2008 en la provincia de Sichuan le convirtió en uno de los activistas políticos más incisivos y desafiantes del país. En el seísmo fallecieron más de 70.000 personas, entre ellas miles de niños que estaban en escuelas mal construidas, en algunos casos debido a la corrupción de las autoridades. Ai Weiwei dejó los pinceles y puso a todo su estudio a pedir donaciones, recolectar nombres de fallecidos, organizar a los padres afectados y poner denuncias contra aquellos que ocultaban pruebas. De ser un artista crítico, Ai Weiwei pasó a situar la justicia social en el centro de su universo. “La mayoría de los artistas chinos no están dispuestos a debatir demasiado sobre los problemas políticos o ideológicos, pero yo creo que en esta sociedad en la que vivimos son temas que no se pueden evitar”, explica.

Tal vez el mejor ejemplo de este nuevo arte ligado a la actualidad política sea su exposición en Munich entre 2009 y 2010: en la fachada del museo Haus der Kunst, el artista chino colocó 9.000 pequeñas mochilas de colores. Desde la distancia se podía leer: “Vivió feliz en este mundo durante siete años”. Se trataba de la frase de una madre que había perdido a su hija en el terremoto de Sichuan. Como en otras ocasiones futuras, el artista chino utilizaba un acontecimiento cargado de connotaciones políticas con un lenguaje universal que iba mucho más allá del activismo político en su país.

Ai Weiwei3Si bien Ai Weiwei puede considerarse un intelectual comprometido al estilo tradicional del término, lo cierto es que su transformación de los últimos años lo hacen un artista del siglo XXI muy diferente a todo lo visto en el pasado. Una parte importante de esta diferencia se encuentra en su perfil mediático y su desenfrenado uso de internet. “Mi verdadero cambio se produce en torno al año 2005, cuando descubro y me enamoro de Internet”, explica. Hasta ese momento Ai Weiwei ni siquiera sabía utilizar un ratón: en la actualidad es uno de los más hábiles comunicadores de la Red y cuesta imaginarse al artista chino sin su cuenta de Twitter.

“Realmente estamos en una época mágica”, dice en relación a las nuevas posibilidades que ofrece internet y a la forma en la que ha revolucionado las sociedades a lo largo y ancho del planeta. En su caso, le ha permitido tener una voz única y diferente, pasar por encima de los medios tradicionales y tener su propio y personal canal de comunicación. “Creo que lo más importante es esa habilidad de comunicar y expresar; en realidad, he dejado de ser un artista y he intentado pasar a ser una persona única”.

El arte de Ai Weiwei sigue en grandes exposiciones en Europa y Estados Unidos, pero también en blogs y redes sociales. El artista chino es capaz de congregar por Twitter en pocos segundos a docenas de personas en un restaurante de la ciudad de Chengdu, de grabar documentales sobre sus actividades políticas, de publicar un vídeo con su iPad o de convertir una imagen tomada con su teléfono móvil en una obra de arte. Todo ello forma parte de su forma y manera de expresión; todo ello forma parte de su arte, en el que vida personal y profesional se fusionan. Tanto es así que una de sus fotografías más populares de los últimos años es un selfie, una de las formas de expresión por antonomasía de nuestros tiempos: en ella, Ai Weiwei aparece escoltado por dos policías en un ascensor antes de ser llevado a comisaría.

Siguiendo la estela de Andy Warhol y la mercadotecnia actual, el propio Ai Weiwei también se ha convertido en una especie de marca. Su larga barba, su pelo desaliñado y su figura rechoncha forman parte del imaginario colectivo, casi como la icónica imagen del Che Guevara que circula en camisetas, mochilas y tazas de café. Hoy es fácil encontrarse a Ai Weiwei en las tiendas de recuerdos de muchos de los museos de arte contemporáneo del mundo. En algunas ciudades incluso se han visto pintadas bajo el eslogan de “I did it my Wei Wei”.

Sus innovaciones artísticas también han llegado al mundo de la producción. Como las grandes multinacionales, Ai Weiwei no entiende de fronteras, y si bien produce casi todas sus obras en China, la prohibición de su arte en el país asiático hace que su público se encuentre sobre todo en Europa y Estados Unidos. También como las grandes empresas globales, Ai Weiwei es la cabeza visible y la marca de un artista cuyas producciones requieren de la participación de docenas o cientos de personas. En su estudio de Pekín, unas 25 personas (y muchos gatos) se encargan de mantener vivas las distintas causas sociales del artista, de atender a los medios de comunicación (en el documental Ai Weiwei: Never Sorry se dice que concede 100 entrevistas al año) y de organizar sus distintas exposiciones en todo el mundo. Ai Weiwei está detrás de todo esto, pero en su arte es cada vez más conceptual: la realización material de sus obras corre casi siempre a cargo de otras personas. “Antes yo no era así. Antes yo también era un artista tradicional: dibujaba un cuadro o hacía una escultura, y después los subía a internet esperando a que alguien los comprara o hacía una exposición. Parecía que esta era la única posibilidad. Pero yo creo que eso ya es una época que pasó”.

A pesar de todas estas tendencias modernistas, Ai Weiwei no quiere olvidarse del pasado. En su casa-estudio se pueden ver numerosas antigüedades, las cuales lleva coleccionado desde hace décadas (una afición en cierto sentido heredada de su padre, el famoso poeta Ai Qing). Aunque algunos críticos han querido ver en su famosa destrucción de 1995 de una vasija de la dinastía Han una especie de odio hacia la cultura china, lo cierto es que lo que el provocador Ai Weiwei buscaba era una nueva forma de expresión. “Actualmente, la sociedad vive en una fuerte contradicción: por un lado, tenemos que mirar al pasado, a la historia; pero por otro, todos los días se producen gigantescos cambios. En todo el mundo, yo creo que las antiguas estructuras de poder están colapsando. Esto se puede ver en todos los lugares: en Estados Unidos, en Europa, en Oriente Medio o en China. El cambio es inevitable”.

Defensor de la democracia, la provocación, la cultura y la transparencia política, Ai Weiwei también es un ferviente defensor de la individualidad humana, como demostró en su espectacular exhibición de 2010-2011 en la Tate Modern Gallery de Londres, titulada “Pipas de girasol”. En la obra, millones de pipas esparcidas por el suelo aparentaban ser idénticas, pero en realidad cada una de ellas había sido tallada a mano y era diferente. También Ai Weiwei busca, por encima de todo, su propio camino: un camino que le ha llevado a abrazar las nuevas tecnologías, a luchar por las causas políticas en las que cree y a convertirle en uno de los artistas más originales, provocadores e irreverentes de nuestro tiempo.