Facelle el sinólogo jesuita Fernando Mateos

Fernando Mateos Bacas es un jesuíta español que había residido de manera continuada en Asia oriental desde los años 1940s. El Padre Mateos realizó importantes aportaciones en el campo de la sinología española contemporánea, entre ellas la de coordinar la elaboración de un impresionante diccionario chino-español, a pesar de que su figura y su obra es relativamente poco conocida. Con motivo de su reciente fallecimiento, hemos decidido invitar a Héctor Muñoz Romeo a que participe en nuestro blog para recordar la figura del Fernando Mateos BacasPadre Mateos. Héctor Muñoz, alumni del Programa de Estudios de Asia Oriental de la UOC, hace unos pocos años realizó una excelente investigación (que ya presentamos en nuestro blog) sobre algunos jesuitas que, como Mateos, llegaron a China justo antes de la instauración de la República Popular y que han desarrollado su obra entre China y Taiwán. En el desarrollo de su investigación, Héctor Muñoz pudo entrevistar entonces al padre Mateos, y había mantenido el contacto con él, además de conocer de primera mano su obra y su recorrido vital. Agradecemos a Héctor Muñoz su disposición y el escrito que ha elaborado, en que nos ofrece una mirada personal sobre la figura de este jesuita.

“El lo alto de un manzano hay un pajarito”
Autor: Héctor Muñoz Romeo (investigador de la National Taiwan Normal University)

El 11 de abril de este año falleció en Taipei Fernando Mateos, uno de los jesuitas españoles más importantes del siglo XX en Asia Oriental. A sus 95 años, dejaba tras de sí una larga vida en Asia y una serie de valiosísimas contribuciones a la sinología.

Vivió lo suficiente como para hacer sentir a quienes lo conocimos que no había existido solo un Mateos, sino varios, en este mundo. Por un lado estaba el Mateos investigador, cuyos logros figuran detalladamente en la recién creada entrada de Wikipedia bajo su nombre: un sacerdote que a lo largo de su vida cosechó el reconocimiento de los jesuitas y no jesuitas, merced a su larga labor misionera y académica. Un extremeño discreto y austero que recibió la Orden de Isabel la Católica en 2002, amén de otros galardones también otorgados por el gobierno taiwanés, y que colaboró en la publicación de uno de los primeros (y más completos) diccionarios chino-español, fruto de una labor enciclopédica llevada a cabo por los jesuitas de la generación precedente.

Luego estaba el Mateos nonagenario, el que conocí yo. Se trataba de un hombre de firmes filias y de firmes fobias, difícil de convencer, que no se casaba con nadie. Dicen sus compañeros que bien entrados los 80 años seguía corrigiendo tesis de los alumnos de la Universidad de Taiwán, y doy fe de que, mientras su salud se lo permitió, se levantaba todos los días a las 5 de la mañana para trabajar. En su funeral, celebrado el 20 de abril, “noble”, “recto” y “trabajador” eran los adjetivos que más se oían entre los múltiples asistentes. Su compañero y casi único superviviente de aquella generación, el carismático padre Rábago, así lo recordaba tras la ceremonia.

A todos estos elogios cabría añadir “humilde”. Muchos nos hemos tenido que enterar a través de otras personas de los galardones que le fueron otorgados en vida. En nuestras conversaciones nunca comentó nada al respecto; parecía estar demasiado ocupado con sus investigaciones como para alimentar su propio ego. Lo imagino como el epítome del investigador del siglo XX antes de que llegaran los ordenadores, Internet y las comunicaciones inmediatas. Nunca tuvo un ordenador, mucho menos Internet, en su oficina. Su máquina de escribir, que usó hasta sus últimos días, se convirtió en un icono dentro de la comunidad. Desconfiaba de las nuevas tecnologías, las mismas que paradójicamente ahora empiezan a difundir por el mundo su figura y sus méritos.

De todos los Mateos, el último era el más sorprendente. Anecdotario en mano, todo lo que decía era oro puro a un investigador. Aquel nonagenario parapetado tras los libros de su oficina resulta que había vivido anécdotas dignas de una película de detectives. Vivió cómo en Shanghai, aprovenchando las lecturas de la biblia en latín durante las comidas, se insertaban mensajes alertando de posibles infiltrados en la comunidad. Años después, en Hong Kong, colaboró en la publicación “China News Analysis”, que él traducía, resumía y enviaba a América Latina bajo el nombre de “Realidades Chinas”. Una publicación que contaba con un equipo de investigadores que captaban las radios de la China comunista, de cuya información se nutría luego la publicación.

A cualquiera sobresaltaba la vehemencia con la que él criticaba el “pinyin” como método de transcripción del chino mandarín. Pese a la amplia aceptación de este método, yo apenas me atreví a llevarle la contraria: me encontraba al fin y al cabo delante de alguien que había participado en la edición de un diccionario de la lengua china, y que se había presentado en varias casas editoriales durante los años 70 explicando que España necesitaba, de una vez por todas, un buen diccionario de la lengua “del pueblo más grande del mundo”.

De vuelta a la isla, le tocó impartir clases de español en la Universidad de Taiwán. Y aquí el extremeño discreto, aquel que nunca levantaba la voz si no era para criticar el comunismo y el “pinyin”, se sacó un as de la manga para ganarse a sus futuros estudiantes. Comenzó la clase con una canción infantil, que él explicó con unas palabras sueltas en chino, y con un dibujo de un manzano y un pájaro: “en lo alto de un manzano hay un pajarito…”, comenzó a cantar. Los alumnos no daban crédito a lo que veían. El madre Mateos se los metió en el bolsillo y acabó la clase entre aplausos.

Los aplausos de nuevo se repetían el 20 de abril, esta vez para darle el último adiós. Jesuitas, exjesuitas, miembros ilustres del mundo académico, así como autoridades españolas en Taiwán, se dieron cita en la iglesia del Tien Educational Center para mostrarle de nuevo su afecto y su admiración. Pese a su carácter tranquilo y extremadamente discreto, su obra es demasiado importante para que a todos nosotros nos pasase desapercibida una figura como la suya.

Descanse en paz.