Hace unas pocas semanas Liu Xiang anunció que se retiraba definitivamente del deporte. Para los que no lo conozcan, Liu Xiang fue campeón mundial, olímpico y récordman mundial durante años en la prueba de los 110 vallas. Sin duda ha sido uno de los más brillantes atletas del siglo XXI, con un currículum deportivo impresionante, aunque la figura de Liu Xiang va mucho más allá de su historial estrictamente deportivo. Su nombre en China se pronuncia con una atención que mezcla respeto, veneración y, sobre todo, orgullo. Aunque suene a tópico, cuando Liu corría una gran final, cerca de mil millones de personas guardaban silencio ante la pantalla, sin casi respirar durante los 13 segundos que duraba la carrera. ¿Por qué?
Liu Xiang venció en los Juegos de Atenas de 2004 de un modo algo inesperado, ya que no estaba entre los máximos favoritos, y lo hizo igualando el récord mundial entonces vigente. Se convirtió así en el primer atleta chino capaz de alcanzar una medalla de oro olímpica. Liu no era sólo un corredor de una técnica exquisita, sino que además poseía una personalidad discreta, era educado, de imagen ejemplar y estaba alejado de cualquier sospecha de emplear métodos poco ortodoxos para alcanzar los registros que lograba (a diferencia de lo ocurrido en el pasado con algunos grupos de atletas chinos). Ello lo convirtió de la noche a la mañana en un héroe nacional de dimensiones únicas, como probablemente no había existido ninguno otro desde hacía décadas en China. Ni siquiera el gigante Yao Ming, que triunfaba en la liga estadounidense de baloncesto.
La victoria de Liu Xiang en Atenas llegó en una competición de velocidad, un tipo de prueba que había estado vetado hasta entonces para los corredores asiáticos. La gesta del atleta se interpretó como un gesto de orgullo nacional e incluso racial. China era capaz de vencer donde nunca antes lo había logrado ningún país asiático. Los periodistas chinos tardaron poco en hacer de la gesta deportiva un símbolo nacional: definitivamente se ponía fin a la era de humillación con que Occidente había sometido a China desde mediados del siglo XIX. Por ello, a partir de entonces, las actuaciones de Liu eran consideradas una cuestión nacional.
En 2008, la final de los 110 metros vallas en el Estadio del Nido de Pájaro era considerada en toda China el momento culminante de los Juegos Olímpicos de Pequín. La victoria de Liu se tenía por segura, una victoria que iba muchísimo más allá de lo deportivo. En unos juegos convertidos en un instrumento del nacionalismo chino más exacerbado, esa carrera debía ser el momento culminante en que la nación China mostraba al mundo todo su poder. La inesperada retirada de Liu por lesión en el tendón de Aquiles desoló al país, que mayoritariamente apoyó a su ídolo. Aunque la ira y la frustración de algunos cayó sobre el atleta, acusado en algunos foros chinos de haber traicionado a la patria. Incluso se intentó promover, sin éxito, un boicot a los productos de los que Liu era el rostro publicitario. Hasta que el propio Partido Comunista Chino decidió intervenir en favor del atleta para acallar las críticas.
Liu arrastró su lesión durante años, hasta que recuperó su nivel en 2012, nuevo año olímpico. Sin embargo, una nueva lesión en las pruebas eliminatorias frustró las expectativas chinas de recuperar a su héroe. Liu se encargó de dejar clara su entrega por su país llegando dramáticamente a pata coja a la meta después de lesionarse en la primera valla y abandonando la pista en silla de ruedas. Sería su última competición oficial. Finalmente, el 7 de junio de 2015 ha decidido poner fin de manera oficial a su carrera. Aunque su papel como gran héroe nacional todavía no ha sido reclamado por nadie. Y más teniendo en cuenta que los únicos deportistas que podían disputarle este honor, el exNBA Yao Ming y la tenista Li Na, también se han retirado estos dos últimos años.