En el marco del II Festival de Filosofía Barcelona Pensa 2015 se celebrará una sesión dedicada a filosofía y Japón en la cual participaremos como Programa de Estudios de Asia Oriental.
Será el próximo viernes 20 de noviembre a las 19:00h en Casa Asia (Pabellón de Sant Manuel, Recinte Modernista de Sant Pau, Sant Antoni Maria Claret, 167, Barcelona). La actividad es gratuita pero es necesario inscribirse previamente mandando nombre, apellidos y DNI a educacion@casaasia.es.
Hemos invitado a Montserrat Crespín, docente colaboradora de la asignatura La contemporaneidad filosófica en China y Japón de nuestro Máster Universitario en Estudios de China y Japón, a presentarnos esta actividad mediante una reflexión sobre la naturaleza plural y global de la filosofía.
Sobre la mundialidad de la filosofía
Autora: Montserrat Crespín
El Día Mundial de la Filosofía, impulsado por la UNESCO, se celebra todos los años el tercer jueves de noviembre desde 2002. Anualmente se reivindica una cultura internacional de debate filosófico que respete la dignidad humana y la diversidad, promueva los intercambios universitarios y subraye la contribución del saber filosófico para hacer frente a los problemas mundiales.
La celebración aproxima la filosofía a espacios públicos de todos los continentes en forma de debates, conferencias, mesas redondas o foros. En esta ocasión, China y Japón estarán presentes en el II Festival de Filosofía Barcelona Pensa 2015.
La sesión que acercará al público asistente a la filosofía de China estará a cargo del profesor Antoni Prevosti, de la Facultat de Filosofia de la Universitat de Barcelona, traductor al català de obras imprescindibles como el Lun Yu (Analectes) de Confucio y especialista en pensamiento clásico. El acto tendrá lugar el próximo día 17 de noviembre a las 19:00 hrs.
Unos pocos días más tarde, el 20 de noviembre a las 19:00 hrs, tendrá lugar una mesa redonda dedicada a Japón. Contará con la presencia de Alfonso Falero, profesor de la Universidad de Salamanca, impulsor en su día del Centro Hispano Japonés de la misma universidad y especialista en historia intelectual japonesa; Carles Prado, profesor y director del Máster Universitario en Estudios de China y Japón de la Universitat Oberta de Catalunya, uno de los centros universitarios pionero en su momento pero ya decano con su apoyo abierto e interdisciplinario sobre Asia Oriental; y quien suscribe, Montserrat Crespín, profesora de la Universitat Autònoma de Barcelona, la Universitat de Barcelona y colaboradora docente de la UOC, en los ámbitos de los estudios de Asia Oriental y filosofía, centrada en el estudio de la modernidad y contemporaneidad filosóficas en Japón.
Queremos invitar a toda la comunidad universitaria y a toda aquella persona que tenga interés en participar en este diálogo e intercambio intelectual que tienen a China y Japón como trasfondo a acercarse y participar activamente en estos dos eventos que tendrán lugar en Casa Asia.
Aprovechando la ocasión que me brinda la UOC, quisiera compartir algunas reflexiones sobre la mundialidad de la filosofía y la significación de su celebración a nivel global.
En su libro Hegel, Haití y la Historia Universal (2009), la profesora Susan Buck-Morss finaliza la primera parte de la obra con estas dos preguntas: “¿Qué otros silencios deben entonces romperse? ¿Qué otras historias sin disciplina deben entonces contarse?”
Ella se refiere al silencio de Hegel en relación a cómo la revolución por la independencia en Haití y su triunfo sobre el imperio francés (1804) le inspiró para conformar la idea revolucionaria y la famosa dialéctica del amo y el esclavo. El pensador siguió y se empapó de las circunstancias de la lucha encarnizada gracias a las narraciones de los hechos que leía a través de las páginas de la revista masona de la época, Minerva.
Como demuestra Buck-Morss, aquel capítulo de la historia, invisible en los trazos gruesos de la narración que se nos enseña y desconocido para muchos todavía hoy, constituyó un factor fundamental que ayuda a entender un elemento clave de la filosofía hegeliana. Hegel hace nacer a la historia universal en el quiebro que significó que el esclavo decidiera, con voz propia, no tolerar la tutela del imperio y emanciparse al grito “Libertad o Muerte”.
Pero del trabajo de Buck-Morss no sólo interesa la aún por pensar en profundidad relación entre dos conceptualizaciones, como “Hegel” o “la Europa del XIX” y “Haití” o “los territorios colonizados”. Una parte de las reflexiones que ella ofrece incumben a la mundialidad o globalidad de la filosofía.
Sacar a la luz un episodio camuflado para la academia filosófica euro-norteamericana e incluso para la especializada y amplia historia de los estudios hegelianos propicia una discusión mayor sobre la validez o invalidez del proyecto universal. No sin críticas por parte de académicos que socavan las bases ideológicas del eurocentrismo, defiende el universalismo pero llenando nuevamente de sentido esa idea y vaciándola de centrismos. Se trata de superar el encierro en áreas académicas o en estériles territorialidades intelectuales puesto que hacen imposible la tarea de contraste y conversación entre voces, sean éstas concordes o discordes.
Entonces, ante las preguntas, qué otros silencios deben romperse y qué otras historias sin disciplina deben explicarse, a mi juicio, el primer paso pudiera consistir en impulsar, de manera efectiva y no meramente retórica, la defensa del valor del saber filosófico, uno y múltiple. La filosofía será una herramienta irrenunciable para encarar los problemas locales, regionales, estatales y mundiales sólo si ella encarna un compromiso sustantivo. Y este primer compromiso transita todavía por romper más silencios y con ello resquebrajar la disciplina filosófica en su forma tallada desde la modernidad y osificada hasta nuestros días.
Uno de los cuentos que la academia filosófica euro-norteamericana gusta de explicarse a sí misma es el de su autosuficiencia, excluyendo de la historia de la filosofía, como denuncian Buck-Morss y muchos otros, la experiencia colonial. O también, la tupida red de interacciones objetivas y justificadas, como la que simbólicamente representarían “Hegel” y “Haití” pero también el neokantianismo, la fenomenología y la psicología de principios del siglo XX leídas e interpretadas por figuras como Nishida Kitarô y otras figuras asociadas a la Escuela de Kyoto o el papel del marxismo en China y Japón desde mediados del siglo XIX y durante gran parte del siglo XX. Hechos objetivos e interacciones documentadas que parecerían a priori, pero para la ignorancia que nos mueve, “combinaciones” llamadas a no entenderse cuando en su tiempo sí se entendieron bien. Entenderse, valga decir, no quiere decir no discrepar –sí quiere decir comunicarse transactiva e interactivamente. La filosofía se mueve polémicamente y tiene sentido porque, en el habla sincera y audaz, se produce un juego libre de consensos y disensos en los que la materia prima y última es la búsqueda de sentido, si es que existe, de la vida individual y en común.
El territorialismo de la disciplina filosófica desde el prisma de su empecinado eurocentrismo parece mostrar su miedo al final y, por ello, hace el enésimo intento por trascender su mortalidad. Y, en repliegue, cuando se mira hacia su espejo paralelo, por ejemplo al territorialismo del actualmente renovado culturalismo japonés, se encuentra el mismo motivo: un ímpetu por trascender, superar, la mortalidad de determinados discursos.
La identificación y el reconocimiento forman parte del qué se dice y qué no se dice con las categorías “filosofía asiática”, “filosofía china” o “filosofía japonesa”. Esto es, identificar la conceptualización de la que se trate y su amplia “nocionalidad/nacionalidad” en la que a concepciones como “filosofía asiática”, “filosofía china”, “filosofía japonesa” se le adhieren unas particularidades, adjetivaciones y atribuciones bien reconocibles que, sin motivarse, se muestran en forma de etiquetas fetiche, mezcla de atracción y rechazo: filosofías tradicionales, privativas, antiguas, arraigadas, estáticas.
Todo ello empuja a cuestionar en qué términos se producen ciertas formas de inclusión y reconocimiento. O, en otras palabras, cuál es el tablero en el que se juega la invisibilidad, la exclusión o la inclusión condicionada.
A finales del siglo XX, el panorama filosófico que buscaba impartir cierta justicia correctiva de la mano del constructivismo y el relativismo, empezó a presentar un proyecto que se ha mostrado fallido. La corrección política, que no pocas veces esconde un arraigado dogmatismo con tintes reaccionarios, acalla su falsa conciencia plural a través de formas de la “exclusión-en-la-aparente-inclusión”.
En el campo filosófico y en su enseñanza, es claro detectar la “visibilidad condicionada” con lo que conceptúo como “síndrome de los apéndices”. Este síndrome está presente en un sinfín de manuales de historia de la filosofía, en particular la contemporánea, en los que al final de los voluminosos ejemplares se cede un espacio, inconexo y no integrado, para capítulos breves y testimoniales con nombres como “El pensamiento filosófico oriental”, “El pensamiento indio” o el conspicuo “El pensamiento filosófico del ‘mundo’ islámico”. El monismo se enmascara en la aparente benevolencia de estos espacios cedidos.
Ya es tiempo de mostrar una actitud crítica también ante esta magnánima “multiculturalidad” cuando con ella no se ha hecho otra cosa que replicar y amplificar los supuestos de la solidificación del determinismo culturalista. Esto es especialmente acuciante cuando los apéndices mantienen en circulación constructos sobre los que se debe polemizar su legitimidad como:
- sin discutir la cuestión en profundidad y desde todos los ángulos posibles, no denominar filosofía, sino “pensamiento”, a otras formas de reflexión fuera del estándar eurocéntrico, degradando así el valor de la tarea del pensar de todo ser humano fuera del mapa imaginario “occidental” que sirve de patrón;
- etiquetas, como por ejemplo, “oriental” u otras de similar factura que homogeneizan lo que se escurre a cualquier nivelación.
Estos espacios cedidos de la visibilidad condicionada expulsan. Compartimentar o demarcar el espacio cedido hace que las voces no salgan de ahí y queden prisioneras.
Esta “apendicitis” es otra máscara para la exclusión. Con otras palabras: se está ante una inclusión-excluyente que, encerrando a las ideas en un territorio bien alambrado, no permite su circulación, su contraste, su contextualización, el debate sobre la vigencia o la caducidad de las ideas y su importancia o irrelevancia frente a problemas filosóficos concretos. A nivel académico, esto comporta la desconexión de las aportaciones en el fondo global de las discusiones que se lleven a cabo o que hayan formado parte del núcleo de problemas concretos en periodos determinados. La inclusión condicionada perpetúa la marginalidad o la visibilidad subordinada.
Por suerte, algunas de las actividades con las que se celebra la mundialidad de la filosofía muestran menor arrogancia que la de quienes normalmente diseñan una educación “disciplinar” que no enseña “necesariamente” la verdad, sino un cierto aspecto interpretado de la “verdad” instrumentalizada por los poderosos, según describiera el historiador y sociólogo W.E. Burghardt Du Bois. El pasado año, la UNESCO informaba de la variedad de eventos que se producían en todos los continentes y en espacios que la categorización disciplinar ignora en el debate filosófico global. Países como Burundi que proponía debates alrededor de dos temas “Aprender a vivir juntos para construir la paz” y “El rol de un filósofo en una sociedad relativista”; o conversaciones sobre las estructuras filosóficas para un Nepal inclusivo o la propuesta de la cercana pero desconocida Federación Rusa discurriendo sobre el papel de la filosofía en el espacio público.
Si, como defiende la UNESCO, se trata de alentar el análisis, la investigación y los estudios filosóficos sobre los grandes problemas contemporáneos para poder responder mejor a los desafíos actuales de la humanidad y sensibilizar a la opinión pública de la importancia de la filosofía y de su utilización crítica en las elecciones que tienen planteadas múltiples sociedades, bueno sería empezar, como reivindicara Hume, abatiendo el propio orgullo. Ello con una pizca del sentido originario del escepticismo como auto-examen del entendimiento humano en un doble sentido, examen de la capacidad cognoscitiva y de su dimensión ética:
La mayor parte de la humanidad está predispuesta a ser asertiva y dogmática en sus opiniones; y mientras contempla los asuntos unilateralmente, y no tiene idea de ningún contra argumento, se entrega precipitadamente a aquellos principios hacia los que está inclinada, sin abrigar la menor indulgencia con aquellos que mantienen un parecer opuesto. (…) una reflexión semejante les inspiraría una mayor modestia y reserva, y disminuiría la presuntuosa opinión de sí mismos, y su prejuicio contra sus antagonistas. An Enquiry Concerning Human Understanding (1748)
La genuina filosofía no sólo reconoce sino que valora las múltiples formas que encarna, mostrando a su vez su perfil único y plural y activando su potencial dialógico. Y es menos presuntuosa.
Montserrat Crespín Perales
Barcelona, 1 Noviembre 2015